A lo largo de los años, la vida de cualquier cazador atraviesa una transformación que va mucho más allá del mero paso del tiempo. Desde los primeros pasos como inexpertos tiradores hasta la serenidad del veterano que forma a nuevas generaciones, la pasión por el campo se mantiene constante, pero la manera en que se vive cambia radicalmente. Esta divertida secuencia lo resume en cinco etapas que, con un tono de humor, retrata la evolución de todo cazador.
Desde el ímpetu inicial por apretar el gatillo hasta la satisfacción de enseñar a un nieto a distinguir rastros, cada una de estas fases está cargada de anécdotas, aprendizajes y, sobre todo, mucha autenticidad. Porque no todos los cazadores son iguales, pero casi todos pasan —o han pasado— por estos momentos.
La etapa del tirador

El cazador novel suele iniciarse en la caza con un entusiasmo desbordante. Es la etapa del que quiere disparar a todo lo que se pueda y se emociona con cada detonación. La escopeta se convierte en una extensión del brazo y el objetivo es claro: «¡Vamos a quemar pólvora!».
Aquí, más que piezas, se acumulan cartuchos vacíos y nervios mal gestionados. La munición se convierte en la mejor compañera, y no importa si se acierta o no, lo importante es salir al campo y vivir la acción. Una buena arma semiautomática con amplio cargador es el equipo imprescindible en esta etapa.
La etapa límite

Cuando la puntería mejora y el calendario cinegético se convierte en un manual de consulta diaria, el cazador entra en su fase más intensa. El lema podría ser «¡Vamos a poner a prueba el arcón congelador!», porque de lo que se trata es de llenar la nevera.
Las jornadas maratonianas se suceden, el cansancio apenas se nota y la pasión por batir récords personales marca cada salida. El libro de permisos de caza se convierte en lectura diaria, y aunque se empieza a vislumbrar cierta madurez, la obsesión por la captura perfecta lo eclipsa casi todo.
La etapa ‘trofeitis’

En esta fase, el cazador busca la excelencia. El disparo se medita, las decisiones se toman con calma y lo importante ya no es la cantidad, sino el trofeo perfecto.
Tras haber conseguido grandes trofeos y recuerdos memorables, el cazador empieza a entender que el monte ofrece algo más que carne. Aparecen los amigos «cazadores de trofeos» y la logística se profesionaliza, con todo tipo de herramientas para documentar y transportar piezas.
La etapa de arquero

Para muchos, es el punto de inflexión. Se deja atrás la pólvora y se abraza el sigilo, la paciencia y el conocimiento profundo del entorno. Cazar con arco exige conocer al animal, sus hábitos, su territorio. Es el momento de decir: «He grabado a ese jabalí con mi cámara trampa durante tres años».
Los equipos se actualizan y se encarecen. Cámaras HD, arcos compuestos, ropa técnica… pero también se da un paso más en el respeto y la ética cinegética. Se disfruta más del proceso que del resultado.
La etapa deportiva

Finalmente, el cazador alcanza la madurez completa. Lo importante ya no es cazar, sino compartir, enseñar y disfrutar del campo. No hay nada comparable a un día en el campo respirando aire fresco y ya piensas más en el almuerzo que en el lance.
Aquí, lo habitual es ver al veterano acompañando a jóvenes, enseñándoles los valores del monte y guiándolos en sus primeros pasos. Con el paso del tiempo, él mismo se convierte en una enciclopedia viviente del medio rural.